Uno de los dulces de convento más importantes de Sevilla, su fama no tiene límite, su sabor lo merece. Tradición desde más allá del siglo XVI.

Hoy comienza una serie de artículos en los que hablaremos de los dulces conventuales más importantes y famosos que vendemos en nuestra tienda hechoconfe.com.
¿Por cual empiezo? – me dije- dudé mucho porque tengo la tremenda suerte de haber probado todos los productos que vendemos en la tienda, y la verdad es que hay varios que son muy buenos y carismáticos, pero la respuesta me la dio la propia tienda, ¿Cuál es el producto más vendido? Las Yemas de San Leandro. Además fue uno de los primeros productos que dimos de alta en la tienda y de los primeros que probé.
Lo que más sorprende de este producto es su sencillez, ya que apenas tiene 2 ingredientes, huevo y azúcar. Y a pesar de ello es una receta que aún nadie ha podido imitar, lo han intentado muchas veces, pero las hermanas llevan mucha ventaja, la receta tiene más de 400 años ya que el primer documento escrito donde se ha nombrado este dulce data del siglo XVI.
Las monjas de clausura Agustinas Ermitañas elaboran en su obrador de San Leandro otros productos, las magdalenas y los pestiños, son exquisitos, para mi, sobre todo las magdalenas, pero el producto estrella del torno son las famosas yemas. Cuando te acercas al convento puedes observar el tremendo trajín que hay en la puerta, tanto turistas extranjeros como nacionales saben que no se pueden ir de la ciudad sin probarlas, pero también los propios sevillanos se acercan, como no, a comprar las yemas de San Leandro que han comido toda la vida y que sus abuelos compraban en ese mismo sitio.

En el torno del convento se puede adquirir en esas tradicionales cajas de madera selladas con grapas que tienen varios tamaños, de medio kilo, de un kilo, y hasta de 5 kilos, pero también en medias docenas.
Sea cual sea el tamaño de la caja sabes que van a durar muy poco, ya lo decía Camilo José Cela en su obra Primer viaje andaluz: Notas de un vagabundaje por Jaén, Córdoba, Sevilla y sus tierras (1959):
Por la calle de Caballerizas el vagabundo se pone en el convento de monjas de San Leandro, en el que lo más meritorio, para su gusto, son las yemas, cuyo secreto guardan las hermanitas tan celosamente que nadie lo sabe… El vagabundo se compró, como un señor, una cajita de a docena. Y para no desairar tan blancas manos como las que dieran edad, dulce y breve, a aquellas galanas artes de monjil confitería, el vagabundo —bárbaro hambrón y golosón— se las zampó de un bocado antes de salir del portal. ¡Qué poco dura, a veces, la alegría en la boca del pobre!
Estas yemas no tienen la forma ni el tamaño habituales, son cónicas y muy grandes comparadas con otras yemas conventuales, pero lo que sí que es completamente diferente es el sabor y la textura, crujientes por fuera gracias a su espesa capa de azúcar que deja paso a una esponjosa masa de una especie de huevo hilado que llenará tu paladar de tradición y felicidad.
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